Existe un amplio debate sobre la posibilidad de comprar la felicidad con dinero. Algunos afirman que la inversión en bienes materiales condiciona la felicidad de quien los posee, ya sea con el coche último modelo o con la prenda del diseñador de moda conseguimos felicidad; el periodo en el que somos dueños de algo que deseábamos desesperadamente nos hace sentir extasiados. El problema es que el dinero es un recurso limitado; el porcentaje de personas que pueden gastar sin preocupaciones ni restricciones es imperceptible y tenemos que escoger cuidadosamente en qué gastamos.

Texto por Cultura Colectiva

Foto por David Marcu en Unsplash

«Un objeto dura más que una experiencia». Esta es la lógica que la mayoría de las personas aplican al decidir el costo de oportunidad. Suena bien a primera vista, sin embargo, el juicio no está considerando que el mayor enemigo de la felicidad es la adaptación y la costumbre, precisamente la durabilidad de lo material hace que sea más fácil adaptarte a él y reducir la felicidad que provocó alguna vez.

El nuevo iPhone6 que compramos porque era lo único en lo que podíamos pensar tarde o temprano se vuelve una herramienta más en nuestras vidas, termina por ser algo a lo que nos acostumbramos y deja de hacernos felices, después queremos otro, uno más nuevo.

Lo contrario pasa cuando invertimos en experiencias. Una experiencia nunca va a ser la misma, no te vas a cansar porque cada nueva práctica que realizas te llena como ser humano y te deja más que un objeto. Las cosas materiales no cambian, se deterioran pero se mantienen iguales en un mundo de constante cambio y con tantos estímulos que nos aburren las cosas repetitivas. Invertir nuestro dinero en experiencias es apostarle a enriquecernos como personas y hacernos de recuerdos y memorias que jamás serán tan efímeras como algo material.

Las experiencias duran más

Es cierto que las experiencias duran poco, pero la felicidad que te generan puede perdurar toda una vida. La costumbre no ataca las experiencias. Piensa en la primera vez que fuiste a un museo, a un concierto o a la playa, ¿lo has vuelto a hacer? Si sí, ¿fue la misma experiencia? Probablemente tu respuesta será no. Esto es porque a pesar de repetirse, una experiencia no se puede replicar. El lugar puede ser el mismo, la banda puede tocar las mismas canciones o la playa tendrá el mismo clima pero las personas que te rodean, tus pensamientos y la situación generan un instante único.

A ratos podemos pensar que tenemos una conexión especial con ciertos materiales, pero ignoramos que no es el pedazo de plástico y metal el que nos hace felices, es la comunicación que facilita con ciertas personas; no es tener la mejor cama, es descansar; no es tener la mejor ropa, es sentir que nos vemos bien. Finalmente la materia existe en la mente como una combinación de sensaciones, como una experiencia.

Foto por Paul Gilmore en Unsplash

«Nuestras experiencias son una parte más grande de nosotros mismos que nuestros bienes materiales» dice el Dr. Thomas Gilovich, profesor de psicología en la Universidad de Cornell.

Aunque no siempre sean placenteras, las experiencias tienen la capacidad de convertirse en historias chistosas o intrigantes para contar a pesar de lo estresante que puedan haber sido en su momento. Cada acción de este tipo nos conecta más a otros seres humanos que un consumismo compartido. Te sentirás más cercano a alguien que viajó contigo a Colombia que con alguien que también compró una pantalla de 60 pulgadas.

«Consumimos experiencias directamente con otras personas» dice Gilovich. «Y después de que se van, son parte de esas historias que contamos entre nosotros».

El dinero es un recurso limitado que tiene que ser gastado cuidadosamente. Invierte en aquello que te haga feliz pero busca que el sentimiento perdure. Las experiencias nos forman como personas y nos llevan a descubrir partes de nuestra mente y alma que tal vez no conocíamos. Despréndete un poco de lo material. Viaja, conoce y permítete crear recuerdos y memorias que se quedarán contigo por siempre.

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